Nada que soltar
No hay nada que tengas que soltar.
Un pensamiento aparece y desaparece por sí mismo.
Las emociones fluyen a su propio ritmo.
¿Cómo va a soltar un pensamiento una emoción?
¿Cómo una idea va a soltar otra idea?
Siempre sientes lo que sientes cuando lo sientes.
Piensas lo que piensas cuando lo piensas.
Nunca ha sido de otra manera.
La ilusión de “mí” es la creencia de que la experiencia necesita gestión.
Alguien que “se rinda”, que “acepte”, que “suelte”…
Lo que ya está completo parece cubrirse con un velo de separación.
Surge entonces la figura imaginaria del gestor,
un yo que pretende controlar la realidad.
Una apariencia, nada más.
Lo que es está siempre completo, libre, indivisible.
El intento de comprender deriva de la esperanza de gestionar mejor lo que es.
Pero toda comprensión auténtica no es un logro sino una pérdida.
Menos juicios.
Menos explicaciones.
Menos conclusiones.
Cuando las piezas del puzzle encajan, se disuelven.
Lo que parecía irresoluble deja de existir.
No hay ganancia, solo la obviedad de una libertad inevitable.
Con la desaparición del gestor, la atención descansa en lo evidente.
En el simple movimiento adecuado para el momento.
En el claro saber espontáneo que surge de un no saber fundamental.
Las comprensiones que querrías tener ahora son innecesarias.
Este instante está siempre completo.
Eres ya el conocer en el que se disuelve toda comprensión.
No tienes que soltar.
No tienes que aceptar.
Este instante no es tuyo.
Tú eres el instante mismo en movimiento.
Los estados van y vienen.
Los pensamientos pasan.
Tú permaneces como el espacio en que todo se despliega.
Eres la vida viviéndose en cada giro.
No hay nada que soltar porque nunca hubo nadie que pudiera apropiarse de nada.
La simplicidad de lo que eres está siempre aquí,
antes de toda búsqueda,
antes de toda gestión imposible.
La ironía es que la liberación que buscabas es lo único que hay
y el que la buscaba era un fantasma que nunca existió.